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BÚSqueda

Los Verdes

27 juin 2019 4 27 /06 /juin /2019 16:22
Ecologismo y veganismo juntos contra la ganadaría y el carnismo

 

Los caminos de ecologistas y de animalistas se entrecruzan cuando se trata del sistema alimentario. Desde los colectivos ecologistas y el ecologismo en general, han de abandonarse los argumentos “straw man”, es decir, los que primero crean un falso enemigo para después poder emplear la artillería y derribarlo, como ocurre a menudo con el vegetarianismo, el veganismo y el animalismo. Las luchas y discursos ecologistas sobre el modelo agroalimentario, han de decir claro y fuerte: que para la Tierra y el resto de la humanidad es prioridad ecológica el dejar de comer los cadáveres de animales no humanos provenientes de las actividades ganaderas. El abandono y la reducción de la popular cultura del carnismo es una parte central de los cambios urgentes a favor de la preservación de la habitabilidad ecológica de la Tierra.

 

En suma, desde el tejido ecologista se han de poner en valor los planteamientos animalistas, veganos y vegetarianos en relación a la alimentación y la producción agroalimentaria. Han de ganar la visibilidad y el protagonismo que merecen. La crítica ecológica a la cultura del carnismo en parte va de la mano con las demandas que hace el veganismo y el anti-especismo en nombre de los "derechos animales". Convendrá entonces reconocer lo que en ello hay de avance cultural ecológico en beneficio del conjunto social, cuyos empleos y rentas en su mayoría provienen de actividades económicas que no son las del sector agroganadero.

 

El artículo publicado el 25/03/2019 firmado por las Ramaderes de Catalunya: "Carta abierta a los colectivos feministas que hicieron el manifiesto del 8M en Catalunya: una invitación al diálogo" (https://www.eldiario.es/tribunaabierta/Carta-colectivos-feministas-manifiesto-Catalunya_6_881621853.html) se dirigía a todos los colectivos y personas que elaboraron el manifiesto feminista de Cataluña 8Marzo de este año 2019. La respuesta pública por parte de feministas antiespecistas no se hizo esperar (15/5/2019 https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/feminismo-antiespecista_6_887221272.html).

 

En dicha carta las ganaderas Ramaderes de Catalunya interpelaban críticamente el manifiesto feminista de Cataluña del pasado 8 de marzo por apoyar el veganismo antiespecista y por sentirse excluidas como ganaderas y mundo rural. Cuestionan la inclusión del veganismo antiespecista en las aspiraciones feministas por considerar que significa excluir de la lucha feminista a todo un entorno rural y a las luchas feministas que ahí se dan. Entienden que las explotaciones de la ganadería extensiva son parte irrenunciable del mundo rural y afirman falsamente que la alimentación vegana que propone el antiespecismo se basa en el actual modelo capitalista globalizado. Estas ganaderas reclaman la inclusión de la ganadería extensiva en las reivindicaciones feministas y afirman que los planteamientos veganos vienen del mundo urbano alejado del mundo rural. Incluso niegan las formas de explotación que sufren los animales no humanos en las prácticas de la ganadería extensiva.

 

Estas ganaderas hacen una aguerrida defensa de un sector económico particular, que a su vez es su forma de negocio y medio de vida: el de la pequeña ganadería extensiva. Los argumentos que emplean caen la tentación de confundir y suplantar los intereses antipatriarcales del feminismo por los particulares de una actividad económica como es la ganadería extensiva. Hacen una disimulada defensa del propio interés económico asociándolo indebidamente a ideas esencializadas de "feminismo" y de "mundo rural". Tratan estos términos como si fueran trascendentales normativos sobre lo que es o ha de ser "el feminismo", o sobre lo que es o ha de ser el "mundo rural".

 

El contenido del artículo en cuestión es muy agresivo al tomar el veganismo antiespecista como un enemigo a abatir mediante trampas ideológicas e incoherencias teóricas de bulto en el análisis. Hace una lectura interesado del "feminismo", como si acaso los feminismos se redujeran a uno o como si se asociaran automáticamente al hecho de que sean mujeres las protagonistas titulares de las explotaciones ganaderas. Desde el obvio conflicto de interés en el que están situadas estas ganaderas, hacen una defensa pública esencialista, idealizada y purificadora de las muy variadas prácticas que se esconden detrás del nombre de "ganadería extensiva". A su vez, esta es vista como si fuera parte indispensable de un "mundo rural" auténtico. Solo perciben maravillas y ganancias ambientales en la "ganadería extensiva” a la vez que callan las evidencias sobre sus daños ecológicos y sus lesiones a los derechos animales.

 

Desde los colectivos ecologistas que opten por ser autónomos e independientes de otros intereses y fuerzas sociales, económicas y políticas, conviene reflexionar críticamente sobre las realidades aludidas con el nombre de "ganadería extensiva” y con otros conceptos asociados, como por ejemplo es el de la "agroecología". A menudo estos términos se suelen usar homogeneizando las realidades prácticas a las que remiten, que pueden ser muy diversas, plurales y antagónicas. Pueden servir para ocultar la variedad de realidades socioambientales, políticas y legales, que hay detrás de tales denominaciones genéricas uniformadoras.

 

Si se emplean estos conceptos para dar forma a las aspiraciones ecológicas de cambio, conviene no convertirlos en mantras sagrados, fijos, intocables e incuestionables. Mejor contar con criterios objetivos claros que puedan identificar las prácticas ganaderas que se incluyen y las que se rechazan con tales denominaciones. El uso de abstracciones omniabarcantes e imprecisas puede servir de coartada engañosa para prácticas ganaderas que estén muy alejadas o se opongan al sentido original de tales términos. Conviene no eludir las definiciones claras y distintivas y el establecimiento de criterios precisos a la hora de identificar y diferenciar las prácticas ganaderas.

 

Nuestra identidad terrestre fundamental, ecológica y social, hoy pone por delante la difícil y urgente tarea de adecuar y armonizar las necesidades del conjunto social humano con las de los maltrechos ecosistemas, sus metabolismos y biodiversidad. Los fines ecologistas están en los intereses ecológico-sociales del conjunto social, sin subordinarse ni privilegiar los intereses de una particular actividad económica sectorial, como puede ser la ganadería extensiva. Por ello las reivindicaciones ecologistas no han de convertirse en correa de transmisión de intereses económicos particulares, como pueden ser los del sector económico de la ganadería extensiva. Es decir, en respuesta a los muchos males ecológico-sociales asociados a las formas de producción y consumo de la ganadería industrial, las necesidades socioecológicas no necesariamente pasan por los intereses de la "ganadería extensiva" como solución única para todo momento y lugar.

 

El vegetarianismo y el veganismo son alternativas a los antiecológicos hábitos del consumo cárnico y a la producción de la ganadería industrial. Socialmente y culturalmente cada vez hay más gente que opta por patrones alimenticios sin proteína animal, por motivos de salud, de derechos animales o ecológicos. Desde el tejido ecologista y sus luchas y reivindicaciones, no es sensato callar, devaluar o censurar las opciones vegetarianas y veganas para priorizar los cambios con un único carril: la "ganadería extensiva". Son muchos los estudios que aportan evidencias empíricas en favor del vegetarianismo y el veganismo a la hora de favorecer la salud del conjunto humano y la ecología.

 

Poner por delante el conjunto socioecológico y no un particular sector económico, resulta obligado si tenemos en cuenta nuestra condición planetaria privilegiada de "estómagos llenos" en sociedades sobredesarrolladas. Sin caer en la trampa metonímica de sustituir el todo (el conjunto humano-ecología) por una parte (la "ganadería extensiva"), los colectivos ecologistas han de reconocer el gran valor ecológico presente en los cambios alimenticios, culturales y valorativos asociados al vegetarianismo y veganismo. Esta nueva cultura socio-natural y sus patrones alimenticios pueden ser los más solidarios y justos con la gente y con la Tierra si vienen de formas locales de agricultura ecológica. Aunque obviamente esto no les venga bien a los negocios de las explotaciones ganaderas de cualquier tipo, extensivas o intensivas.

 

Pueden tejerse numerosas alianzas entre ecologistas, animalistas y feministas antiespecistas. El mundo ecologista en su diversidad, no ha de empeñarse en arrinconarlas y ha de dejar de buscar el polvo y las piedras en los zapatos de animalistas y veganxs, como tristemente han hecho las Ramaderes de Catalunya en su interpelación pública del manifiesto feminista del 8 de marzo. Son infructuosos, incoherentes y debilitadores estos intentos de invalidar la gran fuerza de muchas propuestas y protestas animalistas, que son universalistas e inclusivas en lo que tienen de mejora y bienestar conjunto, para humanos y no humanos. Son posibles y deseables las coincidencias entre ecologistas y animalistas, puesto que el veganismo y el vegetarianismo adoptan posiciones y metas ecológicas en los cambios alimenticios, más allá de que lleguen a ellas por diferentes motivaciones, como por ejemplo son los sentimientos y las racionalidades morales sin prejuicios antropocéntricos y especistas.

 

Es un gran desatino intelectual, político, cívico y estratégico para cualquier grupo que se considere ecologista, el poner la "ganadería extensiva" como meta única alternativa a los horrores ecológicos implicados en la ganadería industrial. Contrariamente, si ponemos los pies en una Tierra cada vez más contaminada e inhabitable, las aspiraciones ecológicas de máximos están en el abandono de la producción ganadera y del consumo de carne. Aquí las alianzas entre ecologismo y animalismo son obligadas, una asignatura pendiente.

 

Aunque la pequeña ganadería extensiva en general puede acarrear menos daños socioecológicos que la ganadería industrial, no se han de desestimar las muchas concreciones particulares de las actividades reales a las que nos referimos con la palabra "ganadería extensiva". Conviene recordar que la "ganadería extensiva", al igual que la "agroecología", refieren a actividades productivas que carecen de una regulación legal pertinente en nuestro país. Este vacío político y legal en la definición y protección de lo que ha de considerarse ganadería extensiva y agroecología ha de cuestionarse, puesto que abre la puerta a numerosos engaños y fraudes sobre las condiciones reales de producción. Los productores ganaderos y los sindicatos agrarios constituyen un fuerte lobby de presión política precisamente para que continúen desreguladas estas actividades económicas, haciendo posible que tales denominaciones puedan usarse perversamente para beneficiar a prácticas agroganaderas propias de la ganadería industrial. Al estar motivados por las prioridades economicistas se oponen al establecimiento de criterios legales estrictos que regulen específicamente las condiciones que han caracterizar las actividades de la "ganadería extensiva" y la "agroecología". Ocurre a menudo que detrás de la consideración de "ganadería extensiva" suelen esconderse prácticas ganaderas muy variadas y dispares, con muchas zonas opacas y grises, mixtas e intensivas, en piensos, pastoreo, engorde.

 

Aunque la ganadería extensiva en general pueda ser ecológicamente menos dañina que la intensiva, no necesariamente es mejor que el veganismo defendido por los colectivos animalistas antiespecistas. Además, cualquier pretensión de suplantar la producción de la ganadería intensiva por la extensiva carece de todo realismo debido a la colosal escala implicada en la producción de la ganadería industrial y el consumo que abastece. Sería una hecatombe para los bioterritorios y para los menguantes y enfermos ecosistemas y la biodiversidad.

 

Desde el ecologismo ha de abrirse paso un sabio hermanamiento entre ecologistas y animalistas. Este acercamiento podría comenzar con el reconocimiento de que los fines bienestaristas establecidos en la letra de la legislación, el llamado "bienestar animal", solo son insuficientes avances de mínimos, no de máximos. Como nos recuerdan las denuncias animalistas, el bienestar animal permite entre otras muchas cosas: la sobreexplotación animal y la amputación radical de biografías y vidas individuales bajo los imperativos del rendimiento en beneficios económicos a corto plazo. Los mínimos legales establecidos en favor del "bienestar animal" son compatibles con arrebatar tempranamente la vida de una criatura, que es el bien más preciado de cada animal y constituye el interés individual más vital y arraigado instintivamente en favor del disfrute de una vida larga, digna y saludable, acorde con las características de cada especie e individuo.

 

Poco o nada tiene que ver el "bienestar animal" con las metas planteadas desde la potente filosofía política, ciudadana y moral de los "derechos animales". Estos otorgan un valor intrínseco a cada individuo animal nacido en el caso de animales sintientes dotados de complejas capacidades cognitivas y de experiencias subjetivas. El paradigma de los derechos animales, al contrario que el del bienestarismo, se opone a la consideración cosificadora, especista y antropocéntrica de los otros animales. Manifiesta un radical rechazo moral a que los animales sintientes sean tratados como simples recursos esclavos al servicio de utilidades humanas de todo tipo, o como simples cosas, o como propiedades que dan todos los derechos a sus dueños. La perspectiva de los derechos animales desde hace décadas se elabora y apuntala desde el plano intelectual y académico los mejores conocimientos científicos multidisciplinares disponibles, es alimento que da fuerza y coherencia a las luchas sociales animalistas. Por tanto, las demandas bienestaristas presentes en las normativas legales, tan bien acopladas como están a los intereses crematísticos en el actual contexto de la globalización económica expansiva, no han de tomarse como aspiraciones de máximos, ni tampoco han de ser la base argumentativa para las protestas y los cambios.

 

En este sentido, desde el ecologismo pueden jerarquizarse los cambios buscados reconociendo el gran valor del vegetarianismo y veganismo, o del feminismo antiespecista, dándoles el protagonismo que merecen como parientes próximos que son al hacerse portavoces de las necesidades socioecológicas más urgentes. Al tiempo también se pueden reconocer las relativas ventajas ecológicas y bienestaristas de otras ganaderías frente a la ganadería industrial, como pueden ser la ganadería extensiva, la ganadería ecológica de montaña, o la agricultura regenerativa que utiliza animales para cerrar ciclos de materiales y energía reciclando los desechos agrícolas vegetales.

 

Desde el movimiento ecologista, mejor será aceptar las coincidencias parciales y los solapamientos entre el movimiento ecologista y el animalista en materia agroalimentaria, también las brechas y los desacuerdos concretos donde los haya en otros terrenos. Mejor dejar atrás la infundada y arrogante posición de superioridad en nombre de la "ganadería extensiva" como solución única. En este camino podrán multiplicarse las sinergias ecologistas-animalistas-feministas, como las que pueden darse en las luchas contra la sobreexplotación ecológica y animal de la ganadería industrial y contra el carnismo.

 

MARA CABREJAS
Profesora de sociología de la Universitat de València
mara.cabrejas@uv.es

 

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26 juin 2019 3 26 /06 /juin /2019 17:22
La falsa reducción de CO2 en España

David Hammerstein
 

LEVANTE-EMV
24.06.2019

España logra reducir las emisiones de CO2 un 2,2% en el 2018», así suelen contarlo los titulares de prensa. Esta «buena noticia» sobre una leve reducción de nuestra huella destructiva sobre la atmósfera se atribuye principalmente al sector eléctrico. Se nos dice entonces que después de un buen año de lluvias el mix eléctrico ha tirado más de la energía hidráulica y de las renovables.

 

Pero esta bajada de emisiones es rotundamente falsa y además, es imposible. En el 2018 la economía española creció un 2,6% y el consumo creció un 2,4%. Si en este contexto de crecimiento de la economía material realmente hubieran bajado las emisiones de CO2 estaríamos ante un relativo desacoplamiento entre los ritmos de las emisiones de los gases climáticos y los del crecimiento económico. Pero es engañosa esta supuesta disociación entre los incrementos del Producto Interior Bruto (PIB) y las emisiones contaminantes. La razón de ello está en la trampa contable con la que operan los cómputos oficiales, que sistemáticamente eliminan una parte importante de las fuentes de emisiones tóxicas climáticas de la economía española: las generadas a lo largo del ciclo de vida de los materiales y productos de consumo, que abastecen nuestra economía expansiva y globalizada. Estos materiales vienen de cualquier parte del mundo, se extraen, se transforman, se trasladan, se importan, se consumen y se excretan como residuos a lo largo de todo el proceso económico.

 

Nuestras sociedades opulentas tienen una parte oculta muy grande e invisibilizada. Tenemos una «ecología-en-la-sombra» porque explotamos y degradamos recursos naturales alejados y fuera de nuestros territorios mediante una deslocalización de muchas actividades de nuestra economía «sucia» hacia el Sur Global.

 

El maquillado instituido en el diagnóstico de las emisiones de CO2 constituye un sesgo premeditado practicado por gobiernos, expertos e instituciones de todo tipo para reducir como sea las escandalosas cifras de emisiones tóxicas causantes del drama del sobrecalentamiento climático de la Tierra. Así se quiere aparentar que se dan «mágicas» reducciones de las grandiosas cifras de nuestra economía consumista en guerra contra la Tierra, la biodiversidad y el mismo futuro humano.

 

Los datos manipulados sobre las emisiones de CO2 de nuestras economías también excluyen la masiva economía turística y comercial, como son los vuelos internacionales y el transporte marítimo de mercancías, cuyas sustanciales y crecientes emisiones siguen invisibilizadas en tierra de nadie. No son computadas en las cifras oficiales las emisiones de CO2 de zonas eminentemente turísticas y comerciales, como es el caso de València.

 

Según los estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) se estima que cada subida de un 1% en el PIB mundial está asociada a un aumento medio de un 0,4% en emisiones globales de CO2. Es decir, trasladándolo al caso de España habría que reconocer que las emisiones de España en el 2018, no solo no se redujeron sino que aumentaron en más del 1%. La Comunitat Valenciana, con una subida del PIB en el 2018 del 2,1% habría tenido un aumento de emisiones de CO2 del 0,8%. Esta desgraciada tendencia de aumento de los daños climáticos de nuestra economía es coherente con las previsiones del FMI para el 2019. Estas estiman un incremento del PIB mundial en un 3,3%, que también se acompañará de un crecimiento global de las emisiones tóxicas de un 1,4%. Muy mal va la «lucha contra el cambio climático».

 

Recientemente, un estudio de la ONU (https://rmr.fm/informes-especiales/informe-cientifico-de-panel-de-onu-alerta-sobre-devastacion-ambiental-historica/) ha confirmado que la mayoría de las actividades extractivas mineras, agrícolas y forestales se llevan a cabo en el Sur Global y representan el 50% de las emisiones globales de CO2, que a su vez son causantes de más del 80% de la pérdida de biodiversidad del planeta. Se trata por tanto de factores muy determinantes en el empeoramiento de las cifras claves sobre nuestra enfermedad climática, como son los niveles de emisiones a escala mundial y como es la concentración de CO2 en la atmósfera global. Precisamente son las estadísticas climáticas españolas y europeas, maquilladas y edulcoradas, las que esconden la realidad de los impactos acumulados procedentes de esta economía extractiva global.

 

Por ejemplo, consideremos el transporte por carretera. Las emisiones de los coches y camiones en España y en la Comunitat Valenciana subieron el 2,7% en el 2018, lo que constituye una muy mala noticia. Sin embargo, el crecimiento de las emisiones del parque de vehículos y de la industria automovilística sería aún mucho más dantesco si los indicadores y las cifras de contaminación atmosférica incluyeran también las masivas emisiones implicadas en el ciclo extractivo y de producción de piezas, como son las planchas de acero, aluminio y hierro, o de las baterías en sus componentes importados de Asia para los vehículos que luego se montan aquí o se importan. Hay que tener en cuenta que para estos procesos industriales casi toda la minería, la siderurgia y la fabricación que se hace en China, India y otros países, se alimenta de la quema del carbón y sus enormes consecuencias en males climáticos no son registradas en nuestros cómputos «nacionales» de CO2 español a pesar de importar masivamente estos productos y materiales. Se podría decir lo mismo de otros muchos productos importados, como los que provienen de los sectores de alimentación, textil, teléfonos móviles y ordenadores, cuyas emisiones reales de CO2 están simplemente desaparecidas del registro y la contabilidad de los países ricos. Mientras que muchos son los gobernantes que se congratulan de lo «limpios», «descarbonizados» y «verdes» que son sus países del Norte, las falsedades contables de este «nacionalismo metodológico» descuentan indebidamente la base material subcontratada de nuestro insaciable consumismo.

 

En suma, hay que decirlo fuerte y claro: España no está reduciendo sus emisiones climáticas sino que las está aumentando. Este engaño social orquestado busca alargar los plazos temporales del crecimiento material inacabable, al tiempo que quiere calmar a una ciudadanía cada vez más sensible y preocupada frente a la emergencia climática.


Las élites políticas y económicas siguen negándose a admitir realidades cada vez más palpables: que nuestras sociedades de consumo son la causa principal del colapso ecológico y climático. Un primer paso imprescindible que han de dar las autoridades políticas es decir la verdad sobre nuestra trágica situación climática.

DAVID   HAMMETSTEIN

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28 mai 2019 2 28 /05 /mai /2019 00:01


by David Hammerstein


“… the main lesson to be learned from the collapses of past societies
is that a society's steep decline may begin only a decade or two after
the society reaches its peak numbers, wealth, and power.”
Jared Diamond, Collapse 1


One of the fallacies in our unrealistic thinking about the future is the
idea that renewable energy can substitute the fossil fuels that have
been the basis of economic growth over the last two centuries. The
“100% renewables” slogan suggests that all we have to do is change
energy technologies in order to go on with business as usual. This
techno-optimist marketing spin reinforces a certain social
complacency, leading us to grossly underestimate the great
challenges that a real energy transition would pose. The global
collapse of our environment and our climate demands much more
than a change in our energy production model. It requires us to
question the basic premises of our extractive models of agriculture,
industry, tourism, transport and construction. 2


A simple ’tech-fix’ approach to renewables is promoted to avoid
structurally challenging the basic premises of our growth-dependent
and extractive economies that cause most of the current lifethreatening
climate disorders and extinctions. We can only approach
100% renewables in a socially fair and environmentally sustainable
world if we substantially reduce our use of energy and resources by
shrinking our physical economies, especially among the wealthiest,
most consumerist 20-30% of the global population. This de-growth of
our economies is not possible only by means of technical efficiency
measures. It requires major political change and state regulations in
favor of sufficiency and the preservation and regeneration of the
global natural commons. This is a daunting task. 3


Today, solar energy and wind energy represent only around 2% of
our global energy mix, while fossil fuels supply over 80% of our
energy needs. A rapid substitution of fossil fuels by these renewable
sources would demand a war-like mobilization of people and financial
means that today is nowhere to be seen on the political horizon. Our
energy transition has not even begun in earnest while our window of
opportunity for slowing catastrophic climate change is rapidly closing.
Today 98% of global trade, 100% of aviation, 99% of vehicles, 99% of
construction, over 90% of agriculture and the vast majority of
household heating are powered by fossil fuels. The increase of
renewables, which is around 5% of current energy production (mainly
hydroelectric power and biomass), is almost exclusively focused on
electricity, even though electricity only represents 18% of global
energy use. The other 82% is used mainly for heating, transport,
industry and agriculture, among other activities. In total contradiction
to what is now needed, global energy demand grew 2.1% in 2017
while CO2 emissions rose 1.4% amidst growing and more desperate
calls for drastic CO2 reductions from the scientific community.4,5
To be realistic about our energy crunch, we must first exit the denial
consensus. Due to ecological constraints, our present growth-driven
and expansive economy based on cheap fossil fuels cannot be
maintained. We are living the beginning of the end of a historical
anomaly of sustained economic growth based on access to
abundant, easily accessible fuels and other raw materials. But it is
precisely this economic growth that has facilitated the growth of
liberal democratic societies and the consolidation of individual
freedoms and human rights. The structural lack of sustained global
economic growth, coupled with climate change, resource scarcity and
ethnic conflicts are stressing our democratic liberal societies. These
situations are increasingly exploited by extreme right-wing
authoritarian and populist movements.


Major political, economic and cultural shifts towards sufficiency,
self-contention, sharing, social equality and redistribution of
wealth need to take place to avoid violent societal collapse.
Nevertheless, we can still try to mitigate or prevent this crisis. We
need to consciously slow down and re-orient our economies toward
re-localization of production and the regeneration of communities
and nature. If we start now, the down-scaling of our economies can
be done in a relatively organized and fair way, with relative social
acceptance.

 

Major political, economic and cultural shifts towards
sufficiency, self-contention, sharing, social equality and redistribution
of wealth need to take place to avoid violent societal collapse
.

 

If we maintain our present expansive course we might very well be
condemned to an abrupt and chaotic economic stagnation that
protects the privileges of the most powerful and locks out the
majority of the population by means of violence and repression.
Most political leaders have placed all their money on one very
improbable bet: the world economy will continue to grow indefinitely
thanks to some miraculous technological inventions that have yet to
be invented. This flies in the face of overwhelming scientific evidence
of humanity’s tremendous overshoot of the Earth’s carrying capacity.
Our leaders cannot act responsibly because they cannot escape their
world view of never-ending global competition, extraction and
economic growth that is impossible on a finite planet. They are
ideological prisoners of a diabolical pact: in exchange for a few
generations of intense economic growth with relative social wellbeing
and democratic freedom, we shall all be forced to accept some
form of autocracy in the context of environmental demise and
scarcity.


The energy transition to confront climate change is not mainly about
increasing renewable energy production but about quickly reducing
CO2 and other greenhouse gases: it is not principally about doing
good things but drastically and urgently reducing the bad. More
renewables does not necessarily mean less use of oil or gas nor less
ecological destruction of our life support ecosystem. More electric
cars does not mean less oil consumption by conventional cars, more
organic food production does not mean less use of pesticides by
intensive agriculture, more recycling and re-use does not mean less
resource extraction. A “circular economy” that does not reduce the
total volume of resource extraction can create an illusion of
sustainability as explained by the “Jevons paradox”. 6  To make a
difference, renewables must substitute fossil fuels quickly and to the
greatest degree possible, while overall energy and resource
consumption must be reduced drastically. This is a monumental task
that most politicians would say is totally unrealistic. But today’s
political realism has little to do with the needs of our future social-ecological
well-being. No political negotiation is possible with the enviornmental red-lines of physics, chemistry and biology.


 

More electric cars does not mean less oil consumption by
conventional cars, more organic food production does not
mean less use of pesticides by intensive agriculture, more
recycling and re-use does not mean less resource extraction.


 

Any positive energy transition also needs to take into account in its
cycle of life and value chain the preservation of biodiversity, fertile
soil, rivers, forests, oceans and aquifers. The production and use of
energy in industrial, agricultural and urban extractive activities
contributes heavily to the destruction of our basic life support
systems. It would be a horribly pyrrhic victory to finally achieve
plentiful, cheap renewable energy while our systems of life-support of
water, soil and biodiversity are fatally depleted and over-used in the
very process of constructing an energy transition.

 

Relative decoupling of economic growth from CO2 emissions is also a
false path. Today there is no decoupling of economic growth from
environmental destruction in absolute terms 10  and even the relative
disassociation of economic growth from the growth of CO2 emissions
is usually a statistical manipulation that does not count the emissions
produced or accumulated in imported materials, products and
services from every corner of the Earth. 7


The EU and the Tragedy of the Energy Anti-Commons


Climate change and many other ecological problems caused by the
use of fossil fuels are an example of the tragedy of the commons,
because the essential common resources of air, water, soil and
biodiversity are under-regulated, over-used, over-extracted and overexploited.
These problems are also paradoxically an example of a
tragedy of the anti-commons, because they are caused by unbridled
and intensive enclosure, extraction and privatization of common
resources. The influence of enormous energy companies on the EU
and its member states through corporate regulatory capture,
revolving-door corruption and strong lobbying strategies prevent
stronger regulation of our climate-energy commons and protect the
private rights of companies with dominant positions over key energy
infrastructures and services. Today there are still legal barriers to the
blooming and dominance of community-based or municipal
renewable energy.


While large, centralized energy companies are starting to invest more
and more in renewable sources, they are often not best suited for
alleviating our social-ecological dilemma, primarily because they have
little incentive to reduce overall energy consumption or to prioritize
the social engagement of local communities in their commercial
operations. The more energy they sell and the more energy is
consumed, the more profits they make. The more centralized and
rigid their physical and governance infrastructures are, the more
vulnerable and less resilient they are to crises.

 

Climate technologies that can play an important role in energy
transition are often not shared as quickly with countries in the Global
South as they could be. This is partly due to intellectual property
protections and a resistance to sharing know-how. In this conflict, the
EU fights to enclose climate technology knowledge, which should be a
common good, within United Nations forums (for example, the Paris
Climate Talks in 2015), giving priority to European private industrial
interests as opposed to calls from the Global South for more
affordable access to climate-friendly technologies.

 

There is a surprising over-confidence that the same centralized
energy model that got us into this mess is also going to get us
out of it.


In general, despite some recent positive legal change, the EU’s energy
strategy has been oriented primarily toward big energy companies
promoting large gas pipelines, giant energy infrastructures, and
modest CO2 reductions (still light years away from fulfilling global
climate needs). Despite the fact that more and more Europeans are
producing their energy locally or at home, most proposed European
market regulations and budgets have not prioritized community controlled
or self-produced renewable energy, they have not offered
sufficient financial support for community energy and they have not
sufficiently defended the right to re-sell electricity among prosumers
(at once producers of energy and consumers). EU policies have not
sufficiently supported community-based feed-in tariffs or micro-grid
infrastructures to support local renewables. Little has been done to
eliminate massive direct or indirect subsidies to large gas, coal and
nuclear projects.


There is a surprising over-confidence that the same centralized
energy model that got us into this mess is also going to get us out of
it. Instead it should be evident that without major social change in the
relations of power between large energy companies and the
common good, there will be no paradigm shifting energy change in
favour of equality, democracy and a radical reduction of emissions. A
much larger part of the EU energy budget should be earmarked for
community renewable projects and compatible infrastructures, with
broad citizen participation. This would help optimize resilient and
more flexible energy supply costs through more efficient, short, and
visible distribution loops while promoting flexible local energy
autonomy. With this approach the EU would “commonify” a
decentralised energy system as opposed to the current principal
strategy of commodifying a centralised one.


The commons approach points at a number of problems and
principles concerning renewables and the fight against climate
change. In order to mitigate and adapt to climate disorder we need to
focus on social and political strategies that prioritize solidarity,
sufficiency and limits. The natural commons is both the source and
the sink of our energy model. No one can claim ownership of the sun,
the wind, the sea or the air. While it belongs to no one, we need to
strongly and democratically regulate its use in a socially equitable
matter with the aim of maintaining a sufficient level of sustenance of
human and natural life.


 

For a successful and rapid transition of our catastrophic energy
model, we need strong political promotion of non-profit,
decentralised, citizen-owned distributed energy systems that
prioritise both consumer and climate profits over extractive
private profits based on more consumption.

 


In the context of global climate collapse, much greater energy
sobriety is a prerequisite of energy justice. Considering the finite
carrying capacity of our climate and biodiversity commons, there is no sustainable
way of alleviating energy poverty of people globally without at the
same time alleviating energy obesity in wealthier countries of the
North. When energy is governed as a common resource that is
pooled by a community that governs semi-autonomous
infrastructures, resilient sufficiency coupled with efficiency can take
priority over expansion, growth and profits. Local stakeholders
usually have very different interests from corporate shareholders.
Large, centralised and privatized energy technology is often not
appropriate for the real needs, the human scale of democratic
control of a visible, circular and resilient local economy. In contrast,
commons-based renewable energy is usually dimensioned to satisfy
basic social needs that respect bioregional limits, boundaries and
universal sharing.


Appropriate energy technology and knowledge developed with public
money also needs to revert back into the regeneration of the energy
commons by local communities (and with the Global South) through
open source technology transfer or socially responsible licensing
instead of being patented and privatised by private companies.
Personal data on energy consumption and habits also need to be
governed as a commons by local communities and municipalities
without data commercialization or marketing by digital platforms.
For a successful and rapid transition of our catastrophic energy
model, we need strong political promotion of non-profit,
decentralised, citizen-owned distributed energy systems that
prioritise both consumer and climate profits over extractive private
profits based on more consumption. This means lower energy
demand, greater social acceptance of new renewable installations
and a new cultural paradigm that breaks with big centralized market
lock-ins we have today, wherein most citizens cannot even imagine
receiving energy other than from large multinational corporations.
This means turning public investments upside-down with a major
shift toward localization. Instead of investing in giant centralised
interconnecting power lines, the priority should be aiding the
installation of community micro-grids where prosumers, producers
and consumers are allowed to share, sell and buy community-based
electricity production. This paradigm shift favours demand
management, much greater citizen consciousness of saving energy
and the building of flexible resilience. This must happen in the face of
future social-ecological chaos and impending climate breakdown by
investing in pooled district heating, renewable energy storage and
increased local autonomy.8


We need the application of an EU energy subsidiarity principle on all
levels of EU policy. This would mean that EU financing would be
conditioned to support fluctuating renewable energy installations as
close to the energy consumers as socio-economically possible. Large
interconnecting power lines should only be built after implementing
local and regional intelligent energy systems for fluctuating renewable
energy. Majority citizen/municipal ownership of all new energy
facilities should be supported by EU, national and local funding and
legislation. The EU´s trade, international cooperation and external policies should also support the same principles of the renewable energy commons globally.


The EU’s new “Clean Energy Package” approved in spring 2019 now
recognizes citizen energy communities as an essential part of the
energy transition. Now it is crucial that the rights of individual citizens
or citizens collectives are actively supported institutionally on all
government levels for producing, supplying and consuming
renewable energy without any discriminatory treatment in favor of
large private energy companies.9


The renewable energy commons is part of a larger strategy that at
once regenerates communities and the living world through
democratic governance, local control and common good values. The
global multiplication of these energy commoning initiatives can play a
key role in building the resilience, know-how and cooperation we
desperately need to face the enormous social-ecological challenges
of the coming years.

 

1. Diamond, J. Collapse: How Societies Choose to Fail or Survive
(Penguin, 2011).
https://www.penguin.co.uk/books/24872/collapse/9780241958681.html
2. Global Resources Outlook 2019, UN International Resource Panel.
http://www.resourcepanel.org/sites/default/files/documents/document/media/unep_3. ‘Green New Deal’?, qué ‘Green New Deal’?, Luis Gonzáles Reyes,
CTXT Magazine, April 3rd, 2019:
https://ctxt.es/es/20190403/Firmas/25368/green-new-dealtransicion-
ecologica-smart-cities-luis-gonzalez-reyes.htm
4. World Energy Investment 2018, report, International Energy
Agency. https://www.iea.org/wei2018/
5. Renewables 2018 Global Status Report, Renewable Energy Policy
Netork for the 21st Century. http://www.ren21.net/wpcontent/
uploads/2018/06/17-
8652_GSR2018_FullReport_web_final_.pdf
6. Polimeni, J. M., Kozo, M., Giampietro, M., Alcott, B. The Jevons
Paradox and the myth of resource efficiency improvements
(Earthscan, 2008)
7. Raworth, K. Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-
Century Economist (Random House Business, 2017)
https://www.penguin.co.uk/books/110/1107761/doughnuteconomics/
9781847941398.html
8. Wolsink, M., Hevelpund, F. et al. Local Communities and Social
Innovation for the Energy Transition, Workshop Booklet, Joint
Research Centre of the European Commission. 2018
https://www.researchgate.net/profile/Maarten_Wolsink/publication/329813977_Local_
Joint_Research_Centre/links/5c1bddb8299bf12be38ee546/Local-
Communities-and-Social-Innovation-for-the-Energy-Transition-
Workshop-Booklet-Event-Organised-by-the-European-Commission-
Joint-Research-Centre.pdf
9. Community Energy Coalition / Energy Cities, Unleashing the Power
of Community Renewable Energy, 2019 http://www.energycities.
eu/IMG/pdf/community_energy_booklet_2018_en.pdf
10. Hickel, J., Kallis, G. (2019) Is Green Growth Possible?, New Political
Economy, April 2019
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/13563467.2019.1598964

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23 mai 2019 4 23 /05 /mai /2019 17:53

The commons needs Europe and Europe needs the commons

We are living a virtual divorce between the principle of reality and the principle of imagination. Our societies are in the midst of such an intense, obsessive individualized determinism and fatalism oriented toward the market and economic growth that we are incapable of even imagining any alternatives to our major social and environmental problems. Almost all of our present utopias and even our ideas of good and bad are enclosed within the illusion of autonomous rational individuals making individual choices in which the usual indicator of success is mainly found in dull digital “likes”, shiny marketplace charisma and stark numbing consumerism.
As Byung-Chul Han has observed our massive obsession with digital screens has closed us off more and more within ourselves: “The digitalization of the world, which amounts to total humanization and subjectivation, makes the earth disappear completely. We cover the earth with our own retina, and in doing so we become blind to what is different.”

 

Our liberal democratic ideas of human rights have become intimately entwined with this fixation of “free” individual election of what to buy or, in other words, how to live. Our identities are often moulded by shopping and psychological self-realization in a world full of price-tags with the absence of any intrinsic value. This exhibitionist narcissism that feeds our egos has been put on steroids by digital social media to which we have surrendered our personal, even intimate, biographies to such a point that often we can´t even imagine a collective/political “we”. We even consider our individualized, emotional use of twitter, Facebook and Instagram as “freedom” when we are more controlled, marketed and herded than ever.

 

Here there are no possible politics of the common collective good; only the sum of individual, autonomous, self-serving human subjects in a frenetic hunt of fleeting, unstable emotional satisfaction and unlimited material gain. We are continuously sermonized that “all the problems are in your head and the solutions are there too”. Nothing else seems to have value nor voice nor worth. Our accelerated mental and physical pace tends to leave little time for community, reflection and contemplation which are prerequisites for collective political action in defence of the social and natural common good. Time is atomized by the eternal present of many short-lived, superficial experiences, often digital, that usually exclude patient ponderation of the present or reflective dialogue about the future. This individualized caging of choices that encloses our imaginations and separates us from “otherness” also tends to marginalize collective political action, community involvement or what can be considered “moral multiplication”.

 

Shockingly we are approaching probable ecological and social catastrophes without any clear collective alternatives on our political agendas and our moral imaginations are usually blank. We are running toward the cliff as if we were oblivious to the impending fall. What is offered by our liberal elites, the media and our institutions is just more of the same “growth, global competition and buying power” with some minor techno-fix “green” tweaks and loud, usually incoherent rhetoric about enlarging individual rights for women, without any significant structural changes to our profit dominated, extractive economies and growth-oriented political priorities. The consideration of underlying causes of major problems has become taboo in our dominant political culture.

 

Only worse. In the context of this “there is no alternative” mantra we are losing the capacity to apply a morally inclusive perspective to others and to nature. This adiaphoria or moral indifference can be seen in the callous, fearful response by a large segment of Europeans to the waves of immigrants who are seeking refuge, a rise in nationalist populism and in the suicidal consumerism that expresses a lack of practical sensibility toward other living species, and to nature in general. This highly selective moral sensitivity toward otherness, be it people or nature, responds to the same perceived goals of short-term self-interest, personal security and the dominant narrative of personal financial gain at any cost. In general, empathy seems to be losing ground.

 

Contrary to the tragically impossible “the sky is the limit” frenetic spin of commercial globalization, the imagination of the commons, is about a realistic “landing” in concrete territories/communities with rules, relationships and more solid connections compatible with visions of universal health, global ecological well-being and equality. Unfortunately, these inclusive futures have practically been pushed off our political and personal agendas.

 

We tend to be immersed in varying degrees of cognitive dissonance or contradictory “double-binds” in which our daily life and institutional priorities have little to do with our declared moral values. Due to the atrophy of our social imaginations a wave of pessimism concerning the future has engulfed us. Beyond the false panaceas of techno-fixes and scientific miracles or the obsession with individualized media reality-show case-studies, there is little social debate about how we should organize and live differently in the future. There is also a worrisome and unsubstantiated over-confidence that the relative institutional, social and economic stability we have experienced in Europe over the past 60 or 70 years thanks to cheap and easily accessible fossil fuels and other raw materials extracted from the Global South will continue indefinitely into the future. Amidst today´s volatile, insecure economies many “progressive” and left Europeans look back with nostalgia at the baby-boom generation of life-long job stability, social safety nets, sustained economic growth and upward mobility but at the same time they sense that there is no going back.

 

In this context there are two dominant options in our political landscape that seem to be starkly different. On one hand we have various degrees of reactionary populism led by Trump, Orban, Bolsanaro, Brexit and on other hand we have “progressive” globalized liberalism represented by most of our liberal and traditional “left” politicians. Reactionary populism plays the card of a delusive return to national sovereignty in face of the loss of national control caused by globalization along with a toxic cocktail of privatization, xenophobia and a glorification of “traditional values”. On the other hand, “progressive” neoliberalism combines a defence of globalized free trade, economic growth and further extraction of our natural world with a defence of formal human rights(including women, LGTB, immigrants, ethnic minorities and civil liberties in general), often in a narrow exercise of “identity politics” based on equal opportunities in the market, meritocracy and non-discrimination that garner significant support from the political left. But this exclusively individual rights approach to feminism, gay rights, ethnic/national minority rights in the context of our cut-throat global market economy is perceived by a some Europeans that support right-wing populism as threatening campaigns to gain a bigger piece of the economic pie for small minorities of certain groups. The liberal approach to individual rights does not commit to any structural changes in favour of social equity nor any greater democratic community self-defence to control the excesses of the globalized economy. Both dominant camps depend on an unwavering commitment to continuous unlimited growth with greater material and immaterial extraction to carry out their programmes. The globalization camp does propose some weak technological adjustments or misleading “decoupling” (more material growth with relatively less impact) proposals to deal with climate change while the right populist camp just tends to ignore or deny evidence of ecological collapse.

 

Both of our majority political narratives accept a value system based on the amount of money and material resources extracted and spent by the private sector and the labor market. Both are of the opinion that the principal debatable questions are how much the state should tax private profits and how the state can afterwards redistribute more or less this income. They are both focussed on increasing the size of the economic pie, not on the ingredients nor the relational mix, nor even how the ownership of the pie is cut up and pieces are distributed. Most importantly, both proposals are not viable on a finite deteriorated planet with the less and less margin for economic growth based on cheap resources, cheap credit and cheap labour power.
Populist right-wing movements also cynically exploit and criticize the tremendous power of global industry and finance that has grown far above and beyond the autonomy of both our national governments as well as weakening the capacity of organized citizen control and accountability. This has fueled a sense of powerlessness, frustration and disaffection from democratic institutions that will not be solved by their chauvinistic calls for a return to national sovereignty but instead by supporting translocal policies on a European level that help strengthen community-based peer-to-peer economies, cultures and social organization.
Despite the terrible scientific warnings about climate breakdown and the coming collapse of our social, food and energy systems we remain paralyzed by the inability to even consider that our collective near future could be very different from the model of relative prosperity and social improvements we have experienced in the last 60 years that has also paradoxically driven us into our present systemic predicaments. Our narrow minded political and cultural elites cling firmly to the status quo of our exploitative growth model as the only means of maintaining a fragile social peace. But from increasingly worrisome environmental indicators and recent social unrest around the world we can already realize see that our current extractive, growth model is soon approaching its expiry date.

 

The problem is not finding a new spin to try to sell the same policies with a shiny wrapping. . Instead, we are referring to a substantive shift in politics and morality from almost uncritical support our present top-down state-market collusion to a determined incremental support and defence of the social, cultural and natural commons based on community control, horizontal democratic processes and a decentralization of a large part of our economies. This means a major social-ecological revolution where material growth is progressively substituted by equality, sharing and caring.

 

How can an alternative be built outside of today´s two dominant options that often moves many people to choose the lesser evil? How can we promote imaginative pro-commons politics that dares to desire what does not yet exist by thinking and building alternatives outside the box?

 

The commons approach attempts to confront what is basically a two pronged challenge: de-constructing the false sense of abundance that is driving our extractive destruction and overcoming the absurd artificial scarcity of abundant cultural/scientific/technological knowledge, enclosed by patent and copyright monopolies, that could be shared globally with great social and environmental benefits.

 

One solution as proposed by George Monbiot is to shift resources from the state and the market into the commons or, in the words of Kate Raworth, “pre-distribution” of material/immaterial resources to go beyond traditional “end of the pipe” redistribution of wealth by means of taxes for public services. The crucial previous questions usually sidelined by our elites are “who will supply my electricity, my food or who will make my soup or take care my elderly family members”. The commons is about progressively liberating territories from the state-market growth obsessed duopoly into a caring, common good economy centred on households, cooperatives, small businesses, neighbourhoods and civil society. Here the role of the state should be diminished but instead progressively transformed.

 

While the commons is far from a panacea nor a utopian all encompassing paradigm, commoning based on sharing, reciprocity and exchange in local communities is one way of strengthening collective identities without resorting to nationalism. At the same time commoning on the ground builds alternatives to the dominant egotistical mental infrastructures that are crippling our ability to build a different future. The commons movement can offer some important responses to the illnesses of narcissistic consumerism, moral indifference, growth obsession and the shrinking of our moral imaginations. Despite their small-scale often marginal nature, commons initiatives in the spheres of local democracy, land-trusts, open internet governance, renewable energy, food cooperatives, nature stewardship, collaborative science, co-housing and open culture, among many others, can be both a showcase and a vanguard of alternative community values. It is one positive way of being the change we want.

 

The commons recognizes a very different value that is both well-suited for responding to the loss of control of local communities by the economic globalization and to organize the material de-growth imperiously needed in the face of our ecological/climate emergency. Though it may not be monetised the commons constitutes a significant part of societal well-being represented by collaborative co-creation and peer-to-peer governance in academic research, energy production, nature protection, health, creative sectors, drug development, and digital innovation. Unfortunately, the value of the commons is largely ignored by most policymakers and institutions, resulting in the atrophy of such social and environmental value-creation or, even worse, its appropriation by large investors and corporations.
Across Europe and the world, more and more people are co-governing and co-creating resources. Whether in small local initiatives or in larger networks, new civic and economic structures are moving beyond the rigid dichotomies of producer and consumer, commercial and non-commercial, state and market, public and private, to construct successful new hybrid projects. The commons use voluntary social collaboration in open networks to generate social-environmental value, in ways that large markets and exclusive private property rights do not and cannot. Sometimes local commons initiatives are sparked by the hardship created by economic crisis, or in response to political powerlessness, or just fuelled by the need for social-ecological connectedness.
Michel Bauwens calls for pro-commons policies because the “market has to be transformed to serve the commons, from the extractive to the generative model, from an entre-preneurial model ('taking in between') to a entre-donneurial model ('giving in between': how can we create livelihoods that sustain commons and their contributors); and a 'partner state' which creates the right frameworks so that every citizen have the same potential to contribute and use the commons.” Commoning is about departing from extractive, high-accumulation capitalism and prioritizing the common good goals of global solidarity, environmental responsibility and inclusive local cultures.
Fortunately, the seeds of commons oriented bottom-up change are already being sowed in projects in energy, food, science, transport, education and internet, among others. But small localised examples are, of course, not enough, and they are usually unable to compete with giant extractive business models that are nurtured by laws, protected by massive lobbies and subsidized directly or indirectly by the state. This means the commons has to become a factor in changing institutions, and that a “new politics” needs to emerge to take into account new transformative demands. This is an urgent but daunting task.
Today´s politics is about the globalization of extraction and production; the commons is usually about the localization of our physical economies. Politics sees value in GDP, patent driven “innovation” enclosure, stock-market shares and global trade figures while the Commons sees value in community and social cohesion, sustainable ecosystem governance, peer to peer cooperation and open access. Whlie the commons stresses horizontal democratic processes for the sustainable governance and stewardship of resources, communities and social value, most politics is about legitimizing highly hierarchical institutions, commodified extraction of all kinds of material and immaterial value and increasing competitiveness in a globalized economy. The commons is about sharing what is light (knowledge and design) globally and producing what is heavy locally while our dominant political sphere is about enclosing cultural and scientific know-how for profit at home while outsourcing/externalizing the exploitation of people and nature to every corner of the world.

According to a 2015 report published by the European Committee of the Regions, a “commons-based approach means that the actors do not just share a resource but are collaborating to create, produce or regenerate a common resource for a wider public, the community. They are cooperating, they are pooling for the commons”.ii This means helping people and communities to generate and regenerate urban, cultural, and natural commons as active citizens, producers, designers, creators, care-takers, local organic farmers, and renewable energy promoters. It also means embracing an open knowledge economy while promoting the Internet as a digital commons based on open standards, universal access, flexible copyright rules, decentralised internet infrastructures, and democratic governance. This also means changing existing EU public procurement, services and competition rules in order to support regional-municipal public-civic initiatives for decentralized energy, local organic food production, community knowledge governance, open culture programmes and cooperative housing. To defend the commons we also need EU laws to radically limit the power of giant digital and financial platforms that gentrify and over-extract value from our cities.
We are speaking of turning things upside down. Today in the EU and its member states an enormous labyrinth of laws, budgets and cultural narratives tend to reinforce a socially polarized centralized, globalized and financialized approach to how we organize our societies. In contrast, commons oriented political proposals aim at radically limiting the activity of globalized extractive and polluting businesses and shifting support for decentralized regional, municipal and community governed social economic activities. These would be policies of decentralized community resilience globally, including turning around EU development and trade programmes, in face of future immigration, climate and financial instabilities.
Within the EU this means a major shift in priorities toward facilitating, financing and legislating for small-scale often municipal-driven commons initiatives, public-civic partnerships and peer-to-peer cooperatives for supplying food, energy, culture and all kinds of services. New bottom-up policies would strengthen community identities on the ground as a practical counter-weight to widespread feelings of powerlessness in face of neoliberal globalization. A myriad of small projects rooted, owned and regenerated in neighbourhoods across Europe could be inspirations for reinvigorating a European project that is usually identified with distant elites, giant industries and globalized players. For our democratic processes it means complementing representative democracy with novel forms participatory democracy such as sortition, citizens conventions, digital legislative participation and greater transparency.
But are the commons and politics a contradiction in terms?
Many commons initiatives often just want to be left alone. Often commoners correctly see the political sphere as much more a part of the problem than as a part of the solution, as a promoter of barriers as opposed to a partner. The EU is considered as a far away, complicated bureaucracy that is almost impossible to negotiate through. Sometimes in local commons projects we see a mixture of just plain disinterest and a feeling of moral superiority that one´s localized, on the ground project is the embodiment “of the real change I want”. On the contrary, we desperately need to overcome this “stop the world I want to get off” attitude in order to radically upscale local food production, community controlled energy, localized internet services, peer-to-peer social services, co-housing and open cultural and scientific knowledge.
But in some commons initiatives there is genuine concern beyond “not in my backyard” priorities about the state of the world´s pressing social-environmental problems. There is a need to network and politicize local initiatives with a common good discourse. The commons need to come “out of the local closet” and demand that state institutions support and prioritize in laws and budgets commons based solutions for health, energy, food, culture and transport. While millions of citizens have inspired a multiple of community and municipal based regenerative responses, strong effective transnational and translocal networking for new citizens based politics has yet to be formed.
Looking beyond the total dominance of market and the state, the commons can offer Europe and the world some important political responses to moral indifference, the lack of meaning and the death of our social imaginations.
Don´t mourn commonify.
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9 mai 2019 4 09 /05 /mai /2019 12:25
Propuestas de "València per l´Aire" a las candidaturas al Ayuntamiento de València

Propuestas de València per l´Aire a las candidaturas al Ayuntamiento de València:

 

Tomemos en serio la contaminación del aire y la emergencia climática”

 

Cinco propuestas para conseguir 35% menos coches y más aire saludable para Valencia y su zona metropolitana en la próxima legislatura

 

Cada día hay aproximadamente dos millones y medio de movimientos de coches, camiones, furgonetas y motos en la ciudad de València. Cada año en València miles de personas mueren prematuramente y centenares de miles sufren secuelas sanitarias por culpa de la contaminación tóxica de este modelo de movilidad dominado por el coche particular. 70% de estos vehículos proceden de los municipios de la zona metropolitana de Valencia que penetran en la capital valenciana cada día. Son positivas las pequeñas reducciones de la densidad del tráfico en la ciudad de València de los últimos dos años de alrededor de 2% (aunque se ha aumentado esta legislatura las emisiones contaminantes totales de vehículos en la zona metropolitana) pero están muy distantes de ser suficientes para mejorar la salud pública de la ciudad y sus alrededores y muy insuficientes para reducir las emisiones climáticas. Un aire más saludable exige reducir el tráfico entre el 30% y el 50% en València y su zona metropolitana.

 

Hay una obvia necesidad de mejorar el transporte público metropolitano mediante un “billete único”, mayores frecuencias y más lineas de trenes de cercanías, bús, metro y tranvía. Pero no basta con mejorar la oferta de transporte público para conseguir un aire más saludable. En cambio, las numerosas experiencias exitosas en otras ciudades europeas muestran que existen medidas solventes capaces de reducir radicalmente la circulación de coches particulares para mejorar sustancialmente la calidad el aire urbano y la salud de los valencianos. Así podemos tener un aire más saludable en Valencia con una reducción de al menos 30% del número de vehículos circulando en la ciudad y la zona metropolitana en los próximos 4 años.

 

1. El cobro de una “tasa de aire limpio” de 5 euros a cada coche que entra en la ciudad de València. Quedarían exentos los vehículos con 3 o más personas. La recaudación se destinaría unicamente a la mejora y la subvención del transporte público.

 

2. Suprimir las miles plazas de aparcamiento gratuitas de todas la instituciones públicas valencianas en universidades, institutos secundarios, consellerias, hospitales, institutos de investigación, instalaciones municipales, equipamientos deportivos y culturales.

 

3. Convertir todas las plazas de aparcamiento en superficie en aparcamiento preferente para residentes (zona verde) en la ciudad de València. Los solares habilitados para el aparcamiento también serán convertidos en plazas reservadas exclusivamente para residentes.

 

4. La creación de carriles VAO (vehículos de alta ocupación) en todas las autovías de entrada y de circunvalación para incentivar a los coches compartidos y el transporte público.

 

5. La reducción de la alta contaminación producida por el reparto de mercancías mediante la creación de centros de distribución ecológica. Estos centros facilitarían el posterior reparto al cliente dentro de las vias interiores de València se realizará con vehículos de pequeño tamaño y cero emisiones como puede ser triciclos, bicicletas o furgonetas con motor eléctrico. Los vehículos de reparto ecológicos tendrían un horario permitido más amplio. Actualmente los camiones y las furgonetas de reparto que suelen ser de diésel constituyen hasta el 20% del tráfico y hasta el 40% de la contaminación del aire en el centro de ciudades como València.

 


València per l´Aire

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6 mai 2019 1 06 /05 /mai /2019 21:23
Preguntas a las candidaturas al Ayuntamiento de València de Extinció o Rebel.lió València

 

Ante una emergencia hay que tomar medidas valientes. Hasta ahora no se ha hecho prácticamente nada. Porque hay que aceptar que un poco de eficiencia y modernización no bastan. En València es peor aún: se siguen aprobando obras y proyectos que empeoran la situación climática. No nos damos cuenta que es más urgente reducir las cosas malas anti-clima que hacer las cosas buenas más “limpias” que no suelen sustituir sino sumarse al status quo. Si nos limitamos al cambio de tecnologías y la eficiencia no haremos nada y seguiremos fomentando el colapso. Es totalmente inútil tratar los problemas al final de la tubería (solo mediante medidas de reciclaje, depuración y eficiencia) mientras empeoramos todos los indicadores de volúmenes totales de consumo extractivo material, urbanismo, obras, turismo, ganadería, agricultura, agua, transporte y todo lo que representa energia. Según un estudio reciente de la ONU la mitad de las emisiones de CO2 y 80% de la destrucción de la biodiversidad proceden de la industria extractiva (minería, agricultura, madera de cualquier punto del mundo), o sea el consumo, y no de la quema directa de los combustibles fósiles del transporte, calefacción o la industria.

 

¿Qué hacer en Valencia?

 

 

1. Frenar la expansión urbanística de docenas miles de nuevas viviendas, que no responden a una ninguna necesidad social sino una demanda financiera de los bancos e inversores. Esta expansión urbanística representa una gran barrera para alcanzar unos objetivos climáticos ambiciosos, para la imprescindible reducción de la extracción de materiales que atentan contra la biodiversidad, un menor consumo de energía y mucho menos uso del coche particular. Teniendo en cuenta, por ejemplo, los planes urbanísticos expansivos anti-clima en marcha en los barrios de València del Grau, Benimaclet, Malillia, Parc Central, el Cabanyal y otros lugares,

 

¿Como pretende su partido que el urbanismo valenciano permita afrontar la emergencia climática con más garantías?

 

2. La salvaguarda de las tierras fértiles de la huerta para la agricultura de proximidad es un valor muy importante para afrontar el futuro en el contexto del actual desorden climático. Distintos proyectos anti-clima, como la expansión del Puerto sobre la huerta de La Punta, “el túnel pasante, el PAI de Benimaclet, entre otros planes urbanísticos i varias ampliaciones de autovías amenazan la huerta valenciana y otras huertas valencianas.

 

¿Que medidas tomará su partido para defender la tierra fértil de la huerta?

 

4. En los últimos 4 años han crecido sustancialmente en la ciudad y en la zona metropolitana de València las emisiones contaminantes e insalubres procedentes de los coches particulares y de los camiones y furgonetas de mercancías(Se aumentaron las emisiones del transporte el 2.3% en el 2017). Actualmente, están en marcha proyectos de ampliación de las autovías V30, V31, V21 y del Bypass de València, entre otras infraestructuras viarias lo que aumentará el uso de coches y camiones con emisiones climáticas e insalubres. Sabemos que la mejora del transporte público no basta para reducir emisiones y mejorar la salud pública. Para mejorar la calidad del aire y reducir las emisiones hace falta medidas de restricción y regulación.

 

¿Qué medidas pretende tomar su partido para reducir marcadamente el uso del coche particular para los desplazamientos y los camiones/furgonetas para el reparto de mercancías? Apoya su opción política las únicas medidas europeas con éxito para mejorar la salud y la calidad del aire(reduciendo la circulación en más del 30%) en la ciudad implican la introducción de peajes urbanos, la restricción drástica del aparcamiento gratuíto y para no-residentes (como las miles de plazas en esta zona universitaria) y el aumento sustancial del espacio peatonal y ciclista?

 

5. El turismo está en pleno auge con millones de turistas visitando nuestra tierra. El aumento del turismo en València(más de 2 millones de turistas y 5.5 millones de pernoctaciones) ha disparado las emisiones climáticas procedentes de aviones, cruceros, autobuses, alojamientos turísticos además de aumentar el consumo de todo tipo de materiales contaminantes y la generación de más residuos de todo tipo(cada turista consume mucho más y emiten más emisiones por día y por persona que un residente).

 

¿Como intentará su partido reducir el gran impacto ambiental y climático del turismo de masas?

 

6. El actual modelo energético centralizado, sucio y privado está roto y no sirve para reducir la demanda energética. Es urgente un cambio radical. Más de 80% de nuestra energía total procede de combustibles fósiles y este porcentaje apenas se ha movido en los últimos años. València debe invertir en fomentar la energía renovable descentralizada comunitaria controlada por la vecindad en partneriados público-cívicos. Hace falta construir microredes de electricidad que pueden operar de forma semi-autónoma de las redes centrales para facilitar el intercambio de energía entre la ciudadanía, un modelo que constituye un factor de resiliencia frente el caos climático.

 

València necesita un plan vinculante para una rápida transición energética con metas cuantificables, medibles y transparentes para alcanzar antes del final de esta legislatura en 2023. El Ayuntamiento debe declarar el estado de emergencia climática y adaptar todas sus políticas al estado de emergencia. El consistorio debe crear una asamblea ciudadana para asegurar el cumplimiento de los compromisos de reducción drástica de emisiones y la protección de la biodiversidad de la extinción.

 

¿Acepta su candidatura estas demandas?

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6 mai 2019 1 06 /05 /mai /2019 21:12

Fem una crida als mitjans de comunicació valencians per a que l'actual emergència climàtica tinga un tractament periodístic amb el màxim rigor i responsabilitat davant de la gravetat de les mutacions climàtiques en curs, tal com confirmen les anàlisis dels experts.

La comunitat científica ens alerta de que hem de començar ja a adoptar canvis dràstics que ens permeten mitigar i preparar-nos per a fenòmens climàtics extrems i de reducció de matèries primeres essencials. La desestabilització climàtica causada per l'acció humana constitueix un repte comú sense precedents històrics, que afecta a tota la humanitat, amenaça les capacitats bioproductives de la biosfera i dificulta les possibilitats de benestar democràtic i pacífic de les societats humanes. 

L'absència d'una cobertura mediàtica a l'altura de les circumstàncies ecològiques i climàtiques extraordinàries debilita greument la capacitat de reacció de les nostres societats i constitueix una forta barrera per a la conscienciació social i la presa de decisions polítiques responsables de gran envergadura.

 

Els mitjans de comunicació tenen la possibilitat de conscienciar adequadament als ciutadans. No obstant això, en general, el tractament informatiu sobre el col·lapse climàtic és confús, superficial i reduccionista. Cal comunicar que les mesures a prendre no són sols canvis parcials en el sector energètic, sinó que han d’estar connectades a altres activitats i àmbits, com són l'economia, la distribució del treball, el transport de persones i mercaderies, la producció agroindustrial i ramadera, l'urbanisme, el sector públic, etc.

No es dóna suficient publicitat als indicadors mediambientals, ni transparència sobre les dades socials i ambientals de les emissions contaminants a l'atmosfera, conseqüència de les nostres formes de produir, consumir i organitzar-nos. No s'informa de la falta d’una política climàtica generalitzada, més enllà de la retòrica i les declaracions de principis. Els mitjans de comunicació han d'implicar-se al costat de la ciutadania.

En els informatius televisius i radiofònics es parla rutinàriament de "bon temps", a pesar d’estar trencant els rècords de calor i sequera. Les temperatures altes anòmales se sotmeten a una percepció distorsionada en presentar-les com a positives per a l'increment de les activitats turístiques, els viatges i el consum, sense tenir cap consideració sobre l'espiral de l'impacte climàtic i ambiental associada. En canvi, es podria informar diàriament als programes de l´oratge amb les dades de la concentració de CO2 a l´atmosfera global, que creixen dramàticament. Malauradament, als informatius se sol callar la relació directa existent entre el creixement de l’activitat econòmica (producció i consum) i la tragèdia implicada en el caos climàtic i ecològic.


 

El tractament informatiu sol centrar-se en les dimensions pal·liatives finals de les problemàtiques socioambientals, com el tractament de residus, el reciclatge, la depuració de l'aigua... És a dir, amb això s'oculta i dissimula la causa principal del problema, que bàsicament és l’intent de creixement econòmic permanent en un planeta que ja fa dècades que ha superat la seua capacitat ecològica de regeneració i està arribant al seu zenit en l’extracció de recursos naturals i energètics.



 

La consideració dels projectes valencians d'infraestructures comercials, urbanístiques, industrials i de transport, quasi mai inclouen la seua influència negativa sobre el desastre climàtic i les destruccions ecològiques associades, en emissions contaminants a l'atmosfera, en extracció de materials, en pèrdua de terres fèrtils, boscoses i habitats, en consum d'aigua i energia, en generació de residus ...

 

Pel que fa a les possibles solucions presentades pels mitjans de comunicació, aquestes solen centrar-se en carregar la responsabilitat sols sobre les accions individuals de consum de la ciutadania. Aquestes accions personals són importants, però són molt més transcendentals els canvis polítics i legislatius que afronten els problemes d'arrel. Per exemple, per a frenar les emissions dels vehicles i lluitar contra la contaminació de l'aire no es consideren les necessàries restriccions del trànsit -tal com passa en moltes ciutats europees-, sinó només el foment dels cotxes elèctrics (amb una dubtosa reducció de les emissions globals i molt dificultosa generalització del seu ús). Així mateix, en un altre àmbit, la "solució" a la inflació de plàstics es presenta simplement per la via del reciclatge, en lloc de prohibir els embalatges i plàstics d'un sol ús i reduir la utilització de la resta de plàstics.

La majoria de premsa escrita, radiofònica i televisiva dóna la falsa impressió de que el col·lapse climàtic pot afrontar-se amb xicotets gestos individuals a casa o de compres al supermercat, quan en realitat calen grans canvis polítics i econòmics perquè allò que està en joc és ni més ni menys que la supervivència de moltes espècies d’animals i plantes, així com dels propis éssers humans.

Els mitjans de comunicació poden tindre un paper clau en les mobilitzacions socials davant l'emergència climàtica i davant la passivitat d'uns governs i autoritats que segueixen prioritzant el creixement de l'economia material a tota costa per damunt d´un futur habitable.

 

Per tots aquests motius, demanem uns mitjans de comunicació valents i responsables davant de l’emergència climàtica!

 

Extinció Rebel.lió València

 

Carta oberta als mitjans de comunicació sobre l'emergència climàtica


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24 avril 2019 3 24 /04 /avril /2019 11:33
Del Botànic al Titànic: la política valenciana climática
Del Botànic al Titànic: la política valenciana climática

Del Botànic al Titànic: la política valenciana climática

Publicado en el diario Levante-EMV 03-06-2019

Los gobernantes del pacto del Botànic ni siquiera han comenzado a hacer los deberes climáticos y ecológicos. No han hecho prácticamente nada ante el colapso climático y los desastres socioecológicos asociados al mismo, que constituyen el desafío más grave al que se enfrenta la humanidad. La inacción del Consell respeto a la temible emergencia climática a largo de los últimos cuatro años ha sido continuista con los anteriores gobiernos del PP. Ante el cambio climático la actual campaña electoral revela el poco compromiso, la ausencia de prioridad política y la falta de concreción de los partidos del Pacte del Botanic.

 

Como ha dicho recientemente Joan Subirats, "No resulta fácil atender a las exigencias medioambientales cada vez más inaplazables y al mismo tiempo mantener tozudamente dinámicas desarrollistas de viejo cuño". La clase política valenciana como el Gobierno del Botànic usan malabarismos retóricos entre el desarrollismo y la defensa de los ecosistemas vivientes, algo destinado a ser una ilusión y un fracaso rotundo ante los crecientes daños ambientales provocados por el crecimiento material de la economía. No asumen ninguna responsabilidad política y moral ante la hecatombe ecológica que sin escapatoria posible se nos viene encima.

 

 

Para colmo de negacionismo el cuerpo político gobernante suele echar las culpas sobre la ciudadanía, por su nula o escasa consciencia ambiental. Este chocante letargo de los máximos responsables políticos valencianos significa que como gestores institucionales y legisladores se desentienden del interés colectivo y de las perturbadas condiciones del futuro próximo.

 

 

Lo que ha estado totalmente ausente en el Govern del Botanic es la pedagogía política práctica de contar la gravedad de la situación climática y poner encima de la mesa propuestas a la altura de la emergencia que ponen en entredicho la premisas sacrosantas del narcisismo consumista y el crecimiento ilimitado. Esta pedagogía política a través de las propuestas políticas es precisamente la forma más eficaz para propiciar una mayor concienciación responsable entre la ciudadanía a favor de la suficiencia y cierta frugalidad ante la emergencia climática. Se podría aprender del debate social abierto y la eventual prohibición legal de fumar en los lugares públicos que es un pequeño ejemplo a seguir.

 

 

Ninguna de las propuestas políticas valencianas en liza en estas elecciones afrontan ni remotamente las dimensiones de gravedad y urgencia del problema. Es aún peor. Al considerar los resultados de la gestión institucional del Botànic se percibe su apuesta central por más de la medicina del crecimiento económico a cualquier coste, o lo que es lo mismo: más empeoramiento de nuestra salud climática y ecológica causado por las pautas desarrollistas expansivas en un planeta finito en materiales y cada vez más esquilmado y contaminado. Los datos hablan muy claro en sectores de actividad como son el urbanismo, la agricultura, el turismo, el transporte y el consumo.

 

 

Ante el auge de una crisis climática acelerada y de dimensiones colosales, lo que realmente urge no es tanto hacer algunas cosas buenas en “verde” (que se ven anuladas por el contrapeso del las políticas crecentistas en consumo total de recursos materiales y energía fósil) sino que lo prioritario es reducir radicalmente las cosas malas. Por desgracia, las políticas públicas ambientales al uso, como es la colocación de unas placas solares, el aumento de la red de carriles bicis, o la tímida promoción de compras ecológicas, no reducen los volúmenes totales de las actividades “sucias” sino simplemente se suman a la escala creciente de la catástrofe ecológica.

 

Nuestros gobernantes practican la "política del avestruz” al no decirnos la verdad sobre nuestra decadente condición ecológica. La triste realidad es que las malas políticas valencianas anti-clima de la izquierda y la derecha, no solo no menguan sino que cronifican la guerra contra los ecosistemas y la estabilidad climática. Es muy poca consolación que el Botànic sea un poco mejor que el PP cuando ante los enormes retos climáticos no hay apenas diferencia. Carecen de credibilidad los partidos que han apoyado el pacto del Botànic durante cuatro años sin poner en marcha ninguna política de envergadura contra las crisis ecológicas, a pesar de que éstas convierten en irrealizables las metas de bienestar asociadas a la adicción del crecimiento económico inacabable. Esta izquierda “progresista" gobernante ha alentado unas viejas políticas públicas desarrollistas, ancladas como están en el urbanismo expansivo, el turismo de masas, el aumento del consumo de todo y el fomento del transporte por carretera. Ninguna medida de cambio tecnológico ni de mayor eficiencia por sí solas, pueden contrarrestar la espiral global de destrucción material y ambiental desencadenada por estas prioridades productivistas. Ya no es un secreto a voces que, globalmente y localmente, estamos perdiendo la lucha por la habitabilidad humana planetaria y el bienestar equitativo. La Comunitat Valenciana es todo un ejemplo.

 

 

Mientras los datos científicos nos alertan de la escalada de los daños y peligros medioambientales diseminados, y plantean la necesidad de unas reducciones drásticas de emisiones contaminantes , en cambio las emisiones contaminantes valencianas han seguido subiendo durante la pasada legislatura. Hay más emisiones de coches, aviones, camiones y cruceros. En lugar de reducir sustancialmente la generación de residuos de todo tipo, éstos no han dejado de aumentar mientras seguimos lejos de cumplir con la exigencias europeas de reciclaje, reducción y reutilización. En contra de las recomendaciones expertas, han crecido las ventas de productos fitosanitarios, antibióticos, pesticidas y herbicidas, que con sus cocteles químicos diezman dramáticamente la biodiversidad y contaminan los ecosistemas. En lugar de una defensa firme de la tierra fértil las últimas islas de huerta valenciana siguen esquilmándose por los cuatro costados. En vez de restringir drásticamente la circulación de vehículos contaminantes se amplían los carriles de autovías para hacer espacio a un mayor tráfico. Ni tan solo se ha podido poner en marcha un programa eficaz de proteger a nuestra zona húmeda más grande como la Albufera ni frenar la destrucción de las minería de áridos en la Serranía. A pesar de las canciones de cuna en favor de “un nuevo modelo productivo” en boca de nuestros gobernantes, se vuelve con fuerza a las andadas del ladrillo, el turismo y el consumismo globalizado desbocado de recursos naturales vitales y escasos. El modelo económico valenciano es tremendamente intensivo en el consumo de recursos y energía.

 

 

Resulta especialmente cuestionable el que las autoridades valencianas se excusen ante los propios votantes apelando a una previa “concienciación ambiental” que dicen cínicamente que “los votantes no están preparados” cuando sabemos que la ciudadanía es más preparada para unas políticas climáticas valientes que sus cargos políticos. Afirman que no es realista bajar radicalmente las emisiones y el consumo material. Para ellos es más realista aceptar como inevitable el colapso.

 

 

Después de cuatro años en el poder se puede afirmar que el Consell ha mantenido las inercias minimalistas del anterior gobierno valenciano del PP contra el cambio climático. Hay poco nuevo en este consenso biocida de las izquierda y la derecha política gobernante. Contrariamente, la Generalitat ha de salir del letargo cuanto antes estableciendo planes multisectoriales de reducción drástica de las emisiones contaminantes a la atmósfera, con regulaciones realistas, novedosas y ambiciosas en su cumplimiento, cuantificables y verificables, que amortigüen en lo posible las alteraciones climáticas y ecológicas en curso. Los compromisos de la Generalitat, con leyes e inversiones que abandonen las falsas ilusiones de reducir el problema a un asunto exclusivo del modelo de producción eléctrica y de algunos sectores industriales, han de ser transversales y vinculantes para todas las políticas sectoriales.

 

No es casualidad el Botanic no ha sacado adelante una Ley Valenciana del Cambio Climático ni un plan energético valenciano ni leyes para la reducción de la generación de residuos ni una fiscalidad ecológica propia.

 

Si la moralidad se mide en la brecha entre lo se dice y lo que se hace el Botànic ha sacado una nota muy baja.

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13 avril 2019 6 13 /04 /avril /2019 18:28

 

Entrevista a David Hammerstein en Radio Malva

 

 

Eleuterio Gabón

Rebelión

 

 

 

 

 

Has asegurado en varias ocasiones que vivimos una situación global cercana al colapso.

 

 

Vamos en un Titanic y las élites han abandonado el barco en los últimos botes salvavidas y están conscientes de que no nos salvaremos todos. El problema viene de que, para mantener la paz social, nuestro sistema se ha basado en el consumismo individual y el crecimiento, fomentando una cultura de egoísmo y narcisismo personal que, por otra parte, sólo genera frustración. Vivimos en la ilusión de que podemos subir el nivel de consumo continuamente sin querer darnos cuenta de que estamos matando los sistemas vivos del planeta. Es una mentalidad enfermiza que separa, destruye y nos lleva al colapso civilizatorio.

 

La idea del crecimiento continuo es una farsa que no se mantiene. Pensar que podemos consumir y extraer recursos sin límite, tanto en materiales como en valor humano, sin que haya consecuencias, es absurda. La sobre-explotación del Sur Global no se aguanta, ni humana ni materialmente. El volumen de consumo en agua, cemento, combustible, químicos, pesticidas no deja de aumentar y aquí sólo se ponen parches ridículos: carriles bicis, reciclaje… La energía solar y la eólica representan solo el 1% de la energía que se consume.

 

Pero no se trata sólo de una cuestión de consumo de energía; hablamos de una crisis total: los recursos disponibles y la biodiversidad son cada vez menos, el planeta se achica. El 60% de los mamíferos han desaparecido en los últimos 50 años y los insectos desaparecen a marchas forzosas. Las medidas de eficiencia ecológica no están reduciendo la extracción de materiales de todo tipo lo que es la base de la crisis ecológica y climática.

 

Vamos de cabeza a un colapso que hará fracasar una democracia liberal que necesita mantener unas altas tasas de crecimiento. Ya comienza a verse la frustración en las protestas, en la clase media europea, en el auge de la extrema derecha por el miedo de perder un nivel de consumo. Vamos a ver conflictos sociales aún más duros cuando la tensión social suba por la escasez y carestía de recursos. Recordemos que las sociedades opulentas suelen llegar a su máximo de desarrollo justo antes de su debacle.

 

 

Entre las propuestas de los partidos políticos desde un extremo al otro extremo ideológico no se cuestiona en ningún caso este modelo de crecimiento

En general estamos atrapados en una pinza. Por un lado tenemos a los globalizadores liberales, los mayores defensores de este modelo de crecimiento, que incluso aseguran que luchan por los derechos de la mujer, los homosexuales y el ecologismo, aunque sea de manera hipócrita. La otra opción en liza es la de la extrema derecha “populista” que defiende los valores tradicionales, ensalza la soberanía nacional y usa de chivo expiatorio a los migrantes, las mujeres, homosexuales y las minorías. Ambas posturas defienden un crecimiento que está basado en la explotación suicida de la mayor parte del planeta.

 

 

El 25% de la población mundial más consumista deben reducir drásticamente sus niveles de consumo de materiales. Los inmigrantes que van a seguir llegando también son también refugiados climáticos, ambientales. Los problemas sociales son ambientales y viceversa. Estamos imbuidos en un pensamiento en el que creemos que todo conflicto es solamente ideológico sin darnos cuenta de la base biofísica de todo. Hace falta aterrizar, somos terrícolas, dependemos de los ecosistemas. Tenemos que adaptarnos a una austeridad solidaria sobre todo con los países del sur global.

 

En un mundo finito para aliviar la pobreza hay que aliviar la riqueza. Hay que crear un creative commons de la tecnología sostenible y acabar con las patentes para compartir avances científicos y tecnológicos para enfrentarse a la crisis en ciernes. Debemos cambiar los valores del individualismo por valores colectivos y cambiar también nuestra relación con la naturaleza. Tenemos que ser conscientes de que estamos abocados a un decrecimiento económico sí o sí. O es mínimamente justo, organizado y pactado entre ricos y pobres o será autoritario, violento y caótico.

 

El crecimiento urbano es también una de las causas de ese colapso ambiental que usted explica.

 

En la ciudad de València las políticas urbanísticas siguen proyectando grandes construcciones pese a la corrupción y la crisis económica que trajo consigo este modelo ¿no hemos aprendido nada?

 

El desarrollo urbanístico y la corrupción van unidos, del mismo modo existen lazos entre las élites financieras y los grandes constructores. El despilfarro económico de grandes proyectos para seguir la lógica de ser competitivos y globalizadores, es no estar en la realidad.

Resulta obvio que no hemos aprendido nada, seguimos con los grandes planes expansionistas y hay múltiples ejemplos: el Parque Central y su rascacielos cuyas obras que producirán una terrible contaminación atmosférica durante los próximos 20 años o la ampliación del puerto trayendo tierras de la Serranía, incluso de Teruel, para ganar espacio al mar es algo demencial como su ocupación de la ZAL. Tenemos también la pesadilla del proyecto de los 20 rascacielos del barrio del Grao, creando un barrio de “no lugares”, asépticos, anómicos que no responde a ninguna demanda social o el PAI de Benimaclet que destruye la huerta para levantar 1500 viviendas que nadie ha pedido, sólo los bancos. ¡En lugar de priorizar el transporte público se quiere ampliar el Bypass, la V21, la V30 y la V31 para que haya más coches contaminando!

 

Y sin embargo todo esto se vende a la ciudadanía como algo irrenunciable. Es más, se plantea en términos de un pacto fáustico: Si tú quieres en tu barrio un centro social, parques, escuelas… tienes que aceptar que haya un beneficio de un 30% o 40% para inmobiliarias y constructoras que están en alianza con algún holding estadounidense o inglés. Si no, nada. Es diabólico.

 

Pero es que hay más: quieren plantar 50 nuevos hoteles en el centro histórico, un macro-centro comercial Intu en Paterna, el corredor Mediterráneo por la huerta, el plan urbanístico del Cabanyal que privatiza y permite que el turismo especulativo se haga con una cuarta parte del barrio. Todos estos proyectos son profundamente anticlima y pro-colapso pero se venden cínicamente como “sostenibles” y "progresistas".

 

El turismo parece también una lógica irrenunciable dentro de este modelo

Precisamente la exigencia de estos megaproyectos viene del consumismo turístico, no de la gente. Por ejemplo, la concejala de turismo y futurible alcaldesa socialista Sandra Gómez se congratulaba hace poco de tener 2 millones de turistas y hasta 5 millones de pernoctaciones previstas para este curso. El turista consume más agua, plástico y de todo que un residente.

 

El modelo turístico de servicios, genera grandes cantidades de residuos por no hablar de los enormes niveles contaminación de cruceros y aviones. Continuando este modelo, Valencia se enfrenta a un delirio enfermizo de criminalidad ecológica. Además, significa una limpieza étnica de vecinos en los barrios "atractivos" a favor de alojamientos turísticos. Se sustituye la ciudad real por la del plástico, forjando un artificioso parque temático turístico.

 

¿Cuáles son las alternativas que se pueden plantear para frenar estos modelos?

 

Tenemos que cambiar el chip de que el mercado manda y cualquier empleo vale. El futuro debe pasar por una localización de producción en general como la producción propia de alimentos.

 

Un modelo local es la mejor manera de actuar globalmente para proteger el clima. Hay que apostar por un urbanismo justo de la austeridad, la rehabilitación, aprender a resilvestrar la naturaleza dentro y fuera de las ciudades.

 


 

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18 mars 2019 1 18 /03 /mars /2019 00:14

La trágica caída de un niño en un pozo de Andalucía inició una gran movilización de solidaridad, recursos, de talento técnico y atención mediática. Con una rapidez inusitada, sin escatimar ningún medio ni ninguna maquinaria, se pusieron manos a la obra para sacar al niño del pozo. No hubo largas discusiones políticas sobre el gasto ni sobre las necesidades del despliegue de equipos técnicos de rescate de todo tipo. No se presenció ningún debate político bizantino ni ideológico que interfiriera las tareas en su lucha fraterna. Simplemente se actuó con gran urgencia y con los medios al alcance, con la máxima unidad y la mejor coordinación profesional en medio de una enorme cobertura de los medios de comunicación.

 

El viernes pasado más de un millón de jóvenes de todo el mundo ocuparon las plazas y arrancaron a gritar “socorro” ante la emergencia climática. Una parte de la juventud valenciana empieza a sentirse que están siendo abandonados en el fondo oscuro de un pozo ambiental que cortará de lleno sus aspiraciones de bienestar y futuro. Han comprendido que el oscuro y seco pozo del colapso climático combinado con la imparable devastación ecológica asociada al crecimiento material de la economía está ahogando cualquier futuro digno para la humanidad y los ecosistemas vivos de los que dependemos.

 

En gran contraste con la enérgica respuesta al pobre niño atrapado en el pozo, hasta ahora nadie ha respondido con solvencia a esta solicitud de socorro para que gobiernos y países pongan los pies en la Tierra. Ningún gobierno ha salido a su rescate con todos los medios de emergencia disponibles y ante las próximas citas electorales las agendas políticas siguen aplazando hacia un futuro indeterminado toda acción seria de socorro a la altura del desafío existencial. Hasta ahora la tremenda debilidad de la acción política a favor de un rescate planetario nos hace temer el mismo desenlace fatal que el niño en el pozo.

 

Mina de carbón a cielo abierto en Villablino, León

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